- febrero 5, 2015
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Desde las entrañas de Tijuana
Gabriela Martínez/La Jornada BC
Tijuana. Cuando el cuerpo de una persona cae en un espacio confinado, como una alcantarilla, dicen especialistas que se activa el sistema nervioso. Primero empieza a faltar oxigeno, luego sube la temperatura, crece la presión y el ritmo cardiaco se acelera; pero sin importar los síntomas, el más importante para sobrevivir es la mente, porque esa podría ser la diferencia entre la vida y la muerte.
Pedro Perfecto, tiene 32 años. No mide más de 1.80 metros y mantiene una figura esbelta; dice que no se trata de vanidad ni estética, simplemente que para hacer su trabajo debe tener esas condiciones.
Todos los días, desde que se levanta, usa su uniforme: pantalón azul marino, camisa de mangas cortas del mismo color, y unas botas negras. En el pecho lleva grabado el emblema de la Dirección de Bomberos de Tijuana, pues es el jefe de Batallón del Sector 3, en esa corporación.
Para llegar a ese puesto, entre sus habilidades -además de conocer de materiales peligrosos, intervención en situaciones de emergencia- también debe tener conocimientos en el área de Rscate en Espacios Confinados (o como ellos lo conocen, REC).
“El ambiente es duro, fuerte… llegas bien morrillo… cuando eres voluntario no sabes hacer las cosas. Te gritan, te tratan mal, pero si te das el tiempo, te das cuenta que nunca es personal, es que aquí no tienes tiempo de ‘medio aprender’, porque está en juego la vida… aquí o te haces duro, o te haces duro”, explica “Pit”, como le dicen sus compañeros.
Pedro estuvo encargado de comandar a los bomberos que desde el domingo 1 de febrero entraban y salían de la red de alcantarillas, para encontrar a Iván Alexander, un niño de dos años y 11 meses que cayó por un pozo de aguas negras, y después de 72 horas localizaron muerto a cuatro mil cien metros de donde cayó.
Lo mismo podían entrar a las alcantarillas, de día o de noche, sin descanso. La orden era no detenerse, y lo cumplieron. Unos no durmieron en más de 24 horas, otros, no comieron ni desayunaron, ni siquiera llegaron a sus casas, y a veces solo guardaban en el estómago el café que algún vecino les regaló.
Apenas este miércoles, casi al mediodía, personal de la Comisión Estatal de Servicios Públicos de Tijuana (CESPT) escarbó sobre uno de los drenajes, el numero 66, se sabría después.
Para encontrar a Alexander, en total pasaron 72 horas y revisaron más de 100 alcantarillas en las que tuvieron que usar cámaras de video, o incluso, bomberos entrenados para operar en espacios confinados.
Trabajar bajo esas condiciones requiere de una labor casi quirúrgica, se necesitan movimientos precisos: subir y bajar, sin girar la cabeza, a veces, sin poder mover los brazos.
“Estar abajo, es de miedo, pero no te puedes dar el lujo de perder la cabeza… abajo encuentras ratas, cucarachas, arañas… y sí, uno teme porque cada quien tiene sus demonios… pero y qué, ahí eso no cuenta, porque tal vez cuando sales de ese lugar puedes gritar, pero mientras estés ahí, no”, dice Pedro, quien ha perdido la cuenta de las veces que ha tenido que bajar a la red de alcantarillas de la ciudad.
En el cuerpo de Bomberos, que es integrado por unos 500 elementos, entre voluntarios y empleados, al menos cuatro de cada 10, tienen habilidades para realizar una operación de rescate como la organizada para la búsqueda de Alexander.
En su caso, según los protocolos, se activan tres áreas: Unidad de Rescates, Unidad de Materiales Peligrosos y finalmente, Rescate de Espacios Confinados.
Lo primero que debe ocurrir, explica Pedro, es que se debe analizar la atmósfera, medir el oxígeno, que como mínimo debe tener un 16%; también revisan si hay presencia del gas metano, sulfuro o cualquier sustancia que pudiera ser tóxica.
Luego, dos elementos son equipados; alguien más debe colocarles el traje que está blindado contra cualquier sustancia Después vienes los guantes, las botas, una lámpara y radio; en total deben maniobrar con unos 40 kilos encima, como si caminaran con un niño en brazos, dice Pedro.
Después de vestirse, otros compañeros colocan un tripié, que lleva una cuerda de donde se cuelgan para bajar por los agujeros. En algunos casos de hasta un metro de diámetro, a veces menos.
“Hay ocasiones en donde ni siquiera puedes voltear, el espacio te ahoga, debes tener temple de acero, porque si no… Es fortaleza mental… yo creo que no sólo para mí, sino a todos nosotros (bomberos). Te puedo decir que este caso (el de Alexander) ha sido muy difícil; en este trabajo miras de todo, pero como siempre, y en la mayoría de los casos, los niños son los que remueven todo por dentro… todo”.
En su caso, de no ser bombero, Pedro si quisiera podría dedicarse a otra cosa. Estudió la licenciatura en Criminología, asesora empresas en materia de seguridad, y también da clases, pero de todo ello solamente hay una cosa que no cambiaría, porque dice, lo lleva por vocación:
“Ser bombero es mi vida, y creo que es algo que compartimos todos los que estamos aquí. Se necesita esa cosa de querer ayudar, y así nos pasó a todos, porque antes de ser bomberos, te aseguro que ya éramos así, en algún momento ayudamos, así, sin pedir nada a cambio… soy bombero”.