- abril 5, 2015
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A 5 años del terremoto de 7.2, la grieta no cierra
Eneida Sánchez y Jorge Heras -Trabajo Especial-
La Jornada BC y Lindero Norte
En la memoria colectiva de los pobladores del Valle Mexicali la grieta del terremoto del 4 de abril de 2010 que alcanzó 7.2 grados sigue abierta. A cinco años del siniestro, la también llamada Zona Cero ha cambiado en todo: los caminos, las parcelas, el estilo de vida y hasta la forma de reaccionar ante un desastre natural.
De habitar en terrenos de media hectárea donde vivían familias completas, los pobladores de al menos cinco Ejidos tuvieron la opción de mudarse a nuevos fraccionamientos que fueron diseñados para cubrir la emergencia que no han podido crecer en sus zonas comunes (como parques o áreas verdes) y que carecen de la constancia de servicios públicos como la recolección de basura y seguridad pública.
Las propiedades de cientos de familias fueron declaradas como pérdida total al ser diagnosticadas como inhabitables a causa de los daños irreparables en los cimientos e infraestructura además de las grandes grietas que atravesaban la vivienda los géiseres que se formaban del agua que brotaba de la tierra y por sus propiedades y saber que no habría otra forma más que volver a empezar.
Fue así como el ejido Zacamoto donde habitaban 300 personas en 100 lotes diferentes se convirtió en una combinación entre un pueblo fantasma y sitio turístico y ecológico para quienes siguen la ruta del trigo, pues forma parte de un sendero interpretativo del principal producto que se cosecha en el Valle de Mexicali, proyecto impulsado por el extinto Sergio León Gerardo y Alejandro León Gastélum, exhabitantes de ejido.
En el Zacamoto se escuchan claramente el cantar de los pájaros, el pasar de los carros por la curva que te adentra al Ejido Nayarit o que te hace retornar a la carretera a San Felipe, pero precisamente en esta época el sonido que más descubre la zona es el que hacen al chocar las espigas de trigo.
En medio de las ruinas sólo una casa está erguida, en la cual vive Hilario Correa Gutiérrez de casi 60 años de edad, quien hasta hace cinco años compartía su vivienda con su madre y dos hermanos, sin embargo ellos sí aceptaron la casa que les ofreció el gobierno del estado.
Los únicos vigilantes de este “pueblo olvidado”, comenta Correa Gutiérrez, son media docena de perros que espantan a los delincuentes que intentan llevarse lo poco que le queda al lugar.
El terremoto que afectó mayormente a los ejidos Nayarit, La Puerta, Sonora, Cucapá indígena, Cucapá Mestizo, Zacamoto y Sonora por el fenómeno de licuefacción –que se da a través de la carga sísmica en terrenos inestables, en el que se aumenta presión e impacto- no ha hecho que quienes crecieron y vivieron en un “terruño” lo abandonen.
La añoranza del terreno que perteneció a más de dos generaciones y el deseo de una nueva casa ha provocado una división en la estructura familiar: unos se quedan en la vieja propiedad y otros se adaptan a la nueva oportunidad de vida que ofrece como ventaja un terreno estable, en base de sólida donde los temblores se sienten menos.
La capital del estado se encuentra ubicada bajos las fallas sísmicas Elsinore, Imperial, Saltillo, Laguna Salada, Cerro Prieto, Sierra de Juárez y Algodones.
La cotidianidad de un domingo de Pascua aquel 4 de abril se vio afectada por crujidos de edificaciones, árboles, tierra y estructuras habitacionales. Aquel día hubo quienes pensaron que el mar se derramaría o que el Valle de Mexicali desaparecería ante el movimiento.
El movimiento telúrico del 4 de abril para los mexicalenses y los habitantes del Valle es una plática obligada entre familiares, amigos y desconocidos que termina en una lección aprendida porque definitivamente nada volverá a ser igual ya que el terremoto de 7.2 grados en la escala de Richter aún mantiene una grieta que no cierra.